Leucemia mieloide crónica
La leucemia mieloide crónica (LMC) es un tipo de leucemia, enfermedad en la que se produce un aumento descontrolado de algunas células de la sangre. En el caso de la LMC se produce una alteración genética (denominado cromosoma Filadelfia) en las células que originan ciertos tipos de células inmunitarias, glóbulos rojos y plaquetas; esta mutación produce una proteína llamada BCR-ABL, que provoca un crecimiento desproporcionado de estas células que, a pesar de estar parcialmente maduras, no son totalmente funcionantes. Estas células pueden extenderse por la sangre o acumularse en órganos como el bazo o la propia médula ósea, desplazando a las células normales.
Las pruebas diagnósticas normalmente se inician a raíz de una sospecha debida a valores anómalos en una analítica sanguínea, como cifras elevadas de glóbulos blancos o plaquetas. Además de revisar el historial médico del paciente y realizar un examen físico, para poder confirmar el diagnóstico suele ser necesaria una biopsia de médula ósea. Del aspirado de médula se obtiene una muestra celular para su análisis en el laboratorio: mediante técnicas moleculares se determinará la presencia del gen BCR-ABL, confirmándose así el diagnóstico de LMC.
La LMC puede clasificarse en distintas fases, con distintos síntomas y pronóstico.
- Fase crónica: la mayoría de los pacientes son diagnosticados en esta fase. La evolución de la enfermedad es muy lenta por lo que no suele presentar muchos síntomas, y responde bien a los tratamientos disponibles.
- Fase acelerada: se produce la aparición de síntomas sistémicos y afectación de la médula ósea, apareciendo un mayor número de células inmaduras en el torrente sanguíneo. Se asocia a peor respuesta a los tratamientos y a peor pronóstico.
- Fase o crisis blástica: el número de células inmaduras en sangre aumenta, así como los síntomas, llegando a transformase en una enfermedad de carácter más agresivo tipo leucemia aguda.
La LMC representa entre el 15-20%% de todos los casos de leucemia en países occidentales, diagnosticándose generalmente en pacientes adultos. Se trata de una enfermedad que se suele diagnosticar en edades más avanzadas, siendo la mediana de edad al diagnóstico de 64 años, y es más frecuente en hombres que en mujeres. Tras la aparición de los inhibidores de tirosinquinasa la supervivencia se ha alargado mucho respecto a años pasados, alcanzando al menos el 70% a los 5 años tras el diagnóstico.
¿Cuáles son las causas de su aparición?
La causa principal es la aparición de una traslocación entre los cromosomas 9 y 22, formando el cromosoma Filadelfia que dará lugar al gen BCR-ABL, presente en la mayoría de los casos de LMC.
Los principales factores que pueden suponer un riesgo aumentado de padecer la enfermedad son:
- Edad avanzada.
- Exposición previa a radiaciones ionizantes.
- Sexo masculino.
¿Qué síntomas son los más frecuentes?
La LMC es una enfermedad de curso lento, en el que los pacientes pueden permanecer asintomáticos durante largos periodos de tiempo. Entre los síntomas más frecuentes podemos encontrar:
- Cansancio, dificultad para respirar al realizar actividades básicas, fatiga.
- Aumento del tamaño del bazo (esplenomegalia), que pueden llegar a palparse en una exploración física. Puede conllevar síntomas como dolor abdominal en el costado derecho o sensación de saciedad precoz.
- Hematomas o hemorragias debido al bajo recuento de plaquetas.
- Otros síntomas como sudoración nocturna, fiebre o pérdida de peso.
La elección del tratamiento en pacientes con LMC dependerá en gran medida de la fase en la que se encuentre la enfermedad. Independientemente de ella, los tratamientos de elección en LMC son los inhibidores de tirosinquinasa (ITK), fármacos que se dirigen de forma específica a las células leucémicas para frenar su crecimiento y provocar su muerte.
El primer ITK que apareció para el tratamiento de la LMC fue imatinib, aunque posteriormente se han desarrollado nuevos fármacos más potentes como nilotinib, dasatinib o bosutinib, fármacos dirigidos a una mutación concreta como ponatinib y la mutación T315I, o con un punto de unión distinto como asciminib. En caso de progresión de la enfermedad o intolerancia se puede plantear el cambio a otro ITK.
Otros tratamientos alternativos o complementarios a los ITK serían fármacos citorreductores como hidroxiurea o quimioterapia estándar, aunque dados los buenos resultados que se obtienen de los ITK estas alternativas no suelen ser necesarias.
El objetivo del tratamiento es obtener una respuesta completa (hematológica, citogenética y/o molecular).
Aunque los ITK inicialmente se plantearon como un tratamiento crónico, actualmente en pacientes que cumplan determinados criterios clínicos y hematológicos (por ejemplo una respuesta molecular completa mantenida en el tiempo) se puede plantear la discontinuación del ITK.
Fecha de actualización:
04/02/2024
Autoría y revisión:
GEDEFO